ORGULLOSOS Y ALIVIANADOS
Lo marginal como travesía, no como historia, en el sentido más generoso de la rabia, que la tiene mediante esa voluntad que dispara un slam o un graffiti o una marcha solidaria.
Una ruta que no pretende ser la memoria crítica de omisiones sociopolíticas, mucho menos el perverso decoro de la militancia, sino el riesgo y la apuesta de la imagen como un consenso arbitrario dentro de ese prisma cosmopolita donde nada cabe como un espacio restringido: lo rural es también lo urbano y lo urbano edificio, aeropuerto, lotes baldíos.
Jesús no redacta, por decirlo de algún modo, la fotografía; sabe, por los años que lleva desarrollando el proyecto, que es la misma ciudad que habilita vocabularios, regiones, formas de vernos y situarnos, aparentemente, en lugares distintos aún cuando pisamos la misma frustración, el mismo hallazgo.
No es juego de señales, una idéntica línea de conflicto, es la suma y resta de manifestaciones personalísimas que eliminan la idea de lo definitivo en función de la distancia o la proximidad a los estados de ánimo de lo que fluye con sus respectivas alegrías y tragedias.
No olvidemos que la ciudad es persuasiva, ocasional y mecánica, un bien común que cada segundo está disponible a factores como la demografía y la inmigración.
Y en ese eje, y sin el propósito amargo de una revolución “para todos”, el carnalito es la vanidosa síntesis de lo urbano. Se es orgulloso y alivianado, aunque nunca se sepa dónde está la diferencia, la geografía generacional, los inestables dominios de la fiesta y a donde nunca llega el silencio.
Es la banda, los bien nacidos en la furia, de reyes con los puños en alto, de reinas agitadas por el rock más que por la idea de un sistema social, de pinto mi raya y no me busques que no te la acabas.
Es, en consecuencia, el saludo del participante activo (un dedo medio dice más que mil palabras), de lo críptico en el cuerpo, de ciudades donde se cierran las puertas y todo gesto ilumina el maquillaje, la sonrisa y la sangre.
Donde se entremezclan costumbres y necesidades, tatuajes y piercings que responden a una misma celebración: la de la piel como principal figura de resistencia.
Tribus –término juguetón y azaroso– que no demandan apoyo ni desprecio; tribus que construyen su intimidad a partir del lenguaje, ese artificio que los reta a nombrar lo que las ciudades altivas y narcisistas manifiestan como el punto ciego del México moderno.
Y lo principal: desprovistos de la unidad política e ideológica que podría demandarles un país que se corrompe, de principio, en sus organizaciones civiles, las tribus se manifiestan como una sociedad inédita.
Por eso, supongo que libre de causas perdidas, Jesús Hernández nos hace participes de esta polis vital donde a pesar que todo pareciera aislarse, nos brinda bienvenidas inesperadas.
Luis Daniel Pulido.